Derechos Humanos / Anuario Edición 2019

190 DERECHOS HUMANOS ANUARIO 2019 Aunque el acto de cuidar puede ser considerado como una disposición natural, que, como propone Boff (2016), es una condición de la vida, también está determinado por aspectos sociales, culturales y educacionales. Por lo tanto, se requiere una serie de procesos de aprendizaje a nivel individual y colectivo a partir de conocimientos, experiencias, vivencias y de las características compartidas con el entorno en el que se desarrolla la vida, además de involucrar la propia biografía del grupo y de sus miembros (Astudillo et al., 2008; Martínez y Miangolarra, 2006 en Grau y Scull, 2013). “De hecho, todo cuidado significa no sólo atender a las necesidades físicas y al control de síntomas, sino que constituye un acto procesual de naturaleza psicosocial y espiritual” (Grau y Scull, 2013: 169). Por lo anterior, las personas defensoras de derechos humanos, en su accionar y cuidar del otro, no sólo protegen aspectos físicos y legales, no sólo alzan la voz y denuncian, también ellas/os materializan en su propio cuerpo la demanda social; éste grita, baila, se expresa, pero también siente. Este cuerpo, al cuidar a otro, se desnuda ante un acto de conexión espiritual, ya que, para hacer propia una lucha, es necesario sentir lo que el otro siente, mirarlo con valentía, es decir, mirar al que se protege. Cicely Saunders (2011) atribuye al cuidado la disminución del dolor, priorizando la atención del dolor de tipo espiritual. Para ella, lo que se encuentra en el corazón del desafío para aliviar el sufrimiento del otro, es la capacidad de mirar lo que les importa a ellos/as, sus culpas, anhelos interiores, penas y sensaciones de un mundo injusto. Ella decía: “siempre hay algo que podamos hacer, no hacer nada no es una opción” (Clark, 2014); algo que se puede hacer, por ejemplo, es cuidar atendiendo el sufrimiento del otro. Si no hay dolor, hay libertad. El dolor imposibilita, el dolor te quita autonomía y movimiento. Recuperar el control del propio cuerpo se convierte en un acto de resistencia y revolución ante un sistema que limita el movimiento, la expresión, la voz, la mirada, las sensaciones y, sobre todo, la salud. El autocuidado como resistencia transformadora y espacio de celebración Desde una perspectiva feminista se ha planteado que el cuerpo es el primer espacio de lucha, por lo tanto, el primer espacio a recuperarse ante las violencias que se han dado históricamente sobre los cuerpos de las mujeres. Desde el feminismo indígena se propone un posicionamiento desde tres territorios: el territorio-cuerpo, sobre el que sea posible tomar decisiones libres; el territorio-cuerpo-corazón, deseoso para poder elegir nuestros afectos y a quienes nos acompañan, y el territorio-tierra donde vivimos, desarrollamos y revitalizamos nuestra identidad y resistencia (Gamboa, 2017). Si abordamos esta visión desde una perspectiva de autocuidado, supone que la defensa de los derechos humanos nos sitúa desde nuestro cuerpo, lo que implica sentirnos libres para escuchar y atender sus necesidades de alimentación, sexuales, actividad física, de sueño, etc. Cuidar nuestro territorio-cuerpo-corazón es abrirnos a nuestros afectos, desde el reconocimiento de los que nos mueven a la defensa de los derechos humanos, hasta los que circulan en el vínculo con compañeras y compañeros, familia, amigas, parejas, hijas e hijos. Por otro lado, toda acción se mueve desde un espacio geográfico que tiene historia, sentido y genera vida; el autocuidado nos invita también a preguntar y mirar ese lugar: lo que significa, lo que recibo de éste y lo que espera de mí, desde el cuidado. Históricamente, la acción de cuidar ha sido atribuida a la mujer, a quien se le ha asignado un rol de protección, producto de un sistema patriarcal, en el cual ella brinda atenciones a instituciones que le son impuestas: familia, matrimonio, patrimonio; de la misma forma en la que ocurre con las personas defensoras, se prioriza el cuidado del otro sobre el autocuidado. Sin embargo, el hecho de que ancestralmente, la mujer sea quien se encarga de recolectar, de preparar alimentos y remedios, la conecta con lo natural y comienza a construir una realidad en torno a su interacción e intercambio con la madre naturaleza. Por poner un ejemplo, a cambio de las propiedades de ciertas plantas, ella convive con respeto y toma sólo lo necesario. Esto también ha permitido un acercamiento a acciones hacia el cuidado, como: elaborar remedios para aliviar malestares físicos, pero también para aliviar malestares del corazón, como el susto o la tiricia. Y más allá de los cuidados fisiológicos y emocionales, atender los cuidados del alma, manteniendo una concepción de ésta como algo que existe y se debe proteger.

RkJQdWJsaXNoZXIy MTY4MjU3