Derechos Humanos / Anuario Edición 2018

20 DERECHOS HUMANOS ANUARIO 2018 ¿Quiénes tienen el derecho de hablar: un representante (o líder) del pueblo o directamente el pueblo? Esto me recuerda las palabras del subcomandante Marcos: “Nuestras armas son nuestras palabras” —esto en relación con lo que usted mencionaba—. ¿Cómo entender esto? ¿Puede haber una violencia legítima? José Sols: Comienzo con Ellacuría y Óscar Romero y luego pasaré a la segunda parte de su pregunta. El ideal es que no haya ni un Ellacuría, ni un Óscar Romero. El ideal es que la gente tenga la palabra, que las personas de la calle se puedan expresar, y esto ha de ser posible en un país democrático. Ahora bien, en contextos de dictadura, de represión política, de violencia paramilitar, como pasó en El Salvador, o en contextos de violencia por narcotráfico, la gente se aterroriza y deja de hablar, porque creen que el silencio les protege. Y cuanto menos destaquen en público, menos serán un objetivo de los violentos, con lo cual se produce un estado de silencio que oculta la injusticia que se está produciendo. Y es en ese contexto donde aparece una voz profética: esto ya pasó en el Antiguo Testamento, cuando surgen voces proféticas que denuncian la violación de la Alianza por parte del pueblo de Israel o de sus gobernantes. Esa voz profética, tipo Ignacio Ellacuría, Óscar Romero o Martin Luther King, es la de una persona a la que no le importa ver en peligro el cargo que ostenta como rector de universidad o como arzobispo, o puede ser cualquier persona sin cargo alguno que no tema a la muerte, o cuyo temor a la muerte sea menor que su fe en Dios y en la dignidad humana. Es una persona que tiene una experiencia personal profunda de aquello que está viviendo su pueblo y se convierte en la voz de su pueblo. No es el ideal (el ideal es que el pueblo tenga voz), pero cuando el pueblo no tiene voz por el miedo que le paraliza, entonces surge el profeta. En cuanto a lo segundo, el tema de si la violencia puede estar legitimada en algunos casos, debo decir que la violencia siempre es mala: nunca se puede decir que sea buena porque siempre será agresión al otro y será además el origen de futuras violencias. Porque luego el hijo del otro le contestará, se vengará y así nunca acabaremos, como ha pasado en Israel y Palestina o en Irlanda de Norte. La violencia nunca es buena. Ahora bien, es verdad que la tradicional doctrina social cristiana aceptaba el tiranicidio y la guerra (llamada guerra justa) cuando se daban ciertas condiciones muy estrictas, como mal menor para evitar otro mayor. No obstante, la Iglesia cada vez dice esto en voz más baja porque ve que aun siendo lógicamente cierto, la violencia siempre es violencia y siempre engendra otras violencias, incluso la más justa de las violencias lo hace. Cuando una violencia aparentemente está justificada porque es el último recurso que queda para defender una causa justa y los medios pacíficos ya se han agotado, se suele entrar en una espiral de violencia que dura años. Fíjese en las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (farc): aparecen en los años 60, hace ya cincuenta años, con un noble ideal la violencia puede estar legitimada en algunos casos, debo decir que la violencia siempre es mala: nunca se puede decir que sea buena porque siempre será agresión al otro

RkJQdWJsaXNoZXIy MTY4MjU3