196 DERECHOS HUMANOS ANUARIO 2018 5. La confianza inquebrantable en lo que adviene En congruencia con lo que acabo de mencionar. Volveré a afirmar, a modo de apuesta, mi confianza inquebrantable en lo que adviene, de acuerdo con esta lección que me reiteró la vida, desde el lúgubre año 1969, en las circunstancias más diversas de mi existencia: que a cada situación de cerradura responde necesariamente, en un momento dado, aunque sea a pesar de nosotros mismos —pero a la condición que lo permitamos— la potencia disruptiva del acontecimiento. Que las semillas de la historia siempre tienen, en su germinación subterránea, un tiempo de adelanto sobre la visión, la conciencia o la representación que tenemos de ella; y que la tarea esencial, a escala tanto individual como colectiva, es no hacer obstáculo —sea por nuestro miedo, nuestra inercia, nuestra estrechez de vista, nuestra necesidad patológica de control y de dominio— a los chances que nos ofrece. Es mantenernos, como lo plantea Edgar Morin, en estado de poder asumir el cambio de paradigma, la ruptura de parámetros, el derrumbe de las certezas, el salto cualitativo, la toma de riesgos. Esto es, mantenernos en estado despierto. Escribe el mismo René Char: “¿Cómo vivir sin algo desconocido ante sí?”. En este sentido, la descalificación de las “grandes narrativas”, como diría Lyotard, y con ellas, de los proyectos totalizantes de mejora del mundo —de los que sabemos cuántos desastres han generado— nos obliga a una nueva forma de humildad (no por tanto de ingenuidad), que puede ser el primer paso hacia una manera diferente de percibir, concebir y vivenciar la historicidad de nuestra existencia, lo que constituye una formidable oportunidad. A modo de conclusión Ahora bien, la convicción —ayer balbuceante, y ahora cada vez más firme— que no tiene el menor sentido (pero efectos desastrosos, sí) seguir concibiendo el menor programa político o proyecto de sociedad totalizante, que al contrario, es vital deshacernos definitivamente de cualquier forma de nostalgia al respecto, no implica que nos quedemos los brazos cruzados en espera de algún improbable milagro. Su corolario es proactivo: es la exigencia de actuar, pero sabiendo que es solamente a partir de la singularidad del tanteo cotidiano, de la multiplicidad de las experiencias locales, de las solidaridades más humildes, en la búsqueda incierta de los modos, los más diversos posibles, de emancipación de todos los modelos establecidos. Esto es, de la experimentación y el ensayo a tientas en todos los planos y ámbitos de la existencia (no solamente los considerados como “políticos”); que es solamente a partir de este giro, y de la reflexión consecuente, que nos toca y que podemos reconstruir, comprobando, con o sin discursos, pero sin descanso, los modos posibles de lo que me atreveré a nombrar, en eco a Iván Illich, así como a Edouard Glissant y Patrick Chamoiseau, pensadores caribeños de la decolonialidad, una poética de la convivencia. Que las semillas de la historia siempre tienen, en su germinación subterránea, un tiempo de adelanto sobre la visión, la conciencia o la representación que tenemos de ella
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