Derechos Humanos / Anuario Edición 2018

194 DERECHOS HUMANOS ANUARIO 2018 mites que poner a priori: fomentar y acompañar procesos de reapropiación popular y de construcción de autonomías es precisamente lo que define la tarea del educador popular, estando claro de una vez para todas que la participación no se otorga, sino que se conquista. 2. El respeto absoluto de la palabra propia Desde la experiencia de nuestras primeras asambleas generales estudiantiles, la conciencia aguda de la importancia de la toma de palabra directa y la denuncia de la violencia que siempre conlleva la confiscación de aquella palabra —bajo la forma del comentario, de la explicación, de interpretación, la traducción, etcétera— por otra voz supuestamente legitimada a hacerlo. En otros términos: la resistencia a cualquier lógica de representación, esto es, de sustitución. Lo que implica a) que nadie puede hablar en mi lugar, y b) que, por consecuencia, yo tampoco puedo hablar en lugar de nadie. Se trata de reconocer la singularidad de cualquier palabra, de cualquier voz, la cual dice lo que está diciendo a su propia manera y en su propia lengua, que no se puede “trasponer” so pena de falsificación. Lo que exige es que la escuchemos tal cual. Cuando, en el marco de un congreso dedicado a los derechos de las personas con discapacidad, o de los pueblos originarios, empieza a hablar una persona con serias dificultades de elocución, o a expresarse alguien en su propio idioma, nuestra impaciencia, para no decir nuestra intolerancia, va desbaratando todos los discursos generosos que pretendemos dedicar (y en realidad sustituir) a su palabra. De la misma manera, la sordera occidental frente a lo que dice, en su forma propia, el movimiento zapatista —¿Oyeron?, preguntaba el subcomandante Marcos en 2012— arruina de una vez todas nuestras declaraciones formales de solidaridad. Dar su espacio de escucha a la palabra singular del otro. Esto constituye un aprendizaje permanente, un esfuerzo inacabable, tal como he podido medirlo al trabajar, desde el teatro, con personas marginadas, excluidas, silenciadas, privadas de palabra —los Nadies del poema de Galeano— y a participar en la constitución de un colectivo llamado precisamente Teatros del Otro. Me gustaría compartirles el detalle siguiente. Me preguntaron recientemente si había una diferencia entre los términos alteridad y otredad. Y sí, percibo una, y fundamental. Reconocer la alteridad es “ponerme los zapatos del Otro”, como mi “alter ego”, desde lo que nos hace semejantes a pesar o más allá de nuestra diferencia, y sus zapatos me quedan. Pero reconocer la otredad, es reconocer que nunca podré ponerme los zapatos del otro, ya que sus pies y los míos tienen una forma totalmente diferente; que no es mi alter ego, que la diferencia es más fuerte que toda semejanza: es reconocer su dimensión irreductible e in–integrable a mi Ego. Y en última instancia será reconocer la otredad que me habita a mí mismo (Rimbaud: Yo es un otro). Se trata de reconocer la singularidad de cualquier palabra, de cualquier voz, la cual dice lo que está diciendo a su propia manera y en su propia lengua, que no se puede “trasponer” so pena de falsificación

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