Derechos Humanos / Anuario Edición 2018

DERECHOS HUMANOS ANUARIO 2018 193 Corre camarada, el viejo mundo está atrás de ti. Elecciones, trampa para idiotas. ¿Son ustedes consumidores o participantes? Apaga tu tele y abre los ojos. No quiero perder mi vida ganándola. Está prohibido prohibir. La belleza está en la calle. Uno no se enamora de una tasa de crecimiento. Tomen sus deseos por unas realidades. La imaginación al poder. Sueño general. Ya no más actos – Palabras. Seamos realistas: pidamos lo imposible. Todo es político. En eco a estos eslóganes, identificaré brevemente lo que son, a mi parecer, los cinco planteamientos medulares que fundamentan aquel nuevo paradigma: la exigencia de participación; el respeto absoluto de la palabra propia; la imaginación al poder; la dimensión lúdica, festiva y erótica como dimensión fundamental de la existencia; y la confianza inquebrantable en lo que adviene. Estos cinco planteamientos medulares me llevarán a proponer una conclusión paradójicamente optimista: la necesidad de comprobar sin descanso las diversas formas posibles de una poética del convivir. 1. La exigencia de participación O sea —para empezar por el contexto educativo, en el que se inició el movimiento— la exigencia que los “beneficiarios” de la “oferta educativa” tengan derecho a decir algo al respecto: que de objetos se conviertan en sujetos, o más bien coproductores de los procesos educativos. Esta exigencia ha regido mis propias prácticas pedagógicas en Francia, como docente y luego como educador–artista social, hasta mi participación, en México, en dinámicas de educación popular y mi compromiso en favor de una educación pertinente “desde los pueblos, por los pueblos y para los pueblos”. Pero también en otros ámbitos: que los trabajadores tengan algo que decir en el funcionamiento del sistema–trabajo, los pacientes en el del sistema médico, los consumidores en el sistema de producción-distribución, los habitantes en el diseño de su hábitat, los pueblos indígenas en los programas de su “desarrollo”, etcétera, sin olvidar, en el campo artístico–cultural que es el mío, que los “públicos” tengan algo que decir en la producción de —o, más bien, puedan reapropiarse— las prácticas simbólicas de toda índole, contra su indecente confiscación histórica por una mafia de profesionistas autoproclamados. “La poesía tiene que estar hecha por todos. No por uno”, escribía ya Lautréamont en el siglo xix. Este algo que decir constituyendo el primer grado de una dinámica de participación, a la que no hay lí-

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