DERECHOS HUMANOS ANUARIO 2018 19 a reducirse a dos polos, pero esto es una posición política binaria: o lo uno o lo otro; no hay términos intermedios. Ellacuría dice que eso no es cierto: la realidad siempre es más compleja, siempre hay más posiciones, más voces que se deben escuchar; ninguna de las dos posiciones enfrentadas representa a todo el pueblo, aunque cada una dice hacerlo. Hay que escuchar a una tercera fuerza, que está silenciada en la guerra civil. Algo así pasó en la guerra civil española (1936–1939): se polarizó la realidad española, que era más compleja. En México no sé si están en esta situación porque no hay una guerra civil y, por tanto, no hay una situación de un bando contra otro; la realidad de México es más compleja. En países donde abunda la violencia, la primera voz que hay escuchar es la de las víctimas de esa violencia. Hay que dar la palabra a los que han sufrido violencia. Las víctimas han de poder hablar. Es importante dar la palabra a las víctimas aún vivas (heridos, personas que han sufrido secuestro o amenazas) y a sus familiares. Y aunque parezca extraño, hay que dar voz también a los que están del lado de los que cometen violencia. Quizás no podemos empezar directamente por los narcotraficantes, pero sí por algunos de sus familiares que estén dispuestos a hablar. Escuchar a sus familiares puede mover el corazón de los que cometen violencia. Yo he visto esto en cárceles —he colaborado como educador voluntario en cárceles en Barcelona y en París—: lo que más movía el corazón de un preso era lo que decía su familia, su mamá, su papá, su esposa, sus hijos. Eso les mueve mucho. Hay que darles la palabra e intentar poner en contacto a los unos con los otros, es decir, a las víctimas de la violencia con los familiares de aquellos que están presos por haber cometido violencia. Algo ya se ha hecho en el País Vasco (España) y mucho más que algo en Sudáfrica, con las Comisiones de la Verdad y la Reconciliación. Unos y otros descubren que no son tan distintos y que el sufrimiento se parece bastante, y que incluso les une. Así, conviene poco a poco dar la palabra, pues esta es sanadora, terapéutica. Cuando cometemos violencia, matamos dos realidades: la persona y su relato. No podemos recuperar a la persona muerta, pero sí su relato a través de sus familiares y amigos, e incluso a través de sus verdugos, ya arrepentidos. Si logramos recuperar la palabra, si logramos que se pueda hablar, que se pueda dialogar, que se puedan explicar los relatos, entonces perderemos los motivos para ejercer la violencia. A más palabra, menos violencia. Por eso, y aunque parezca un poco raro, hay que dar la palabra también a los narcotraficantes, a sus familias, a los presos y a los ex–presidiarios. Mauro Izazaga: Profesor Sols, esta respuesta me recuerda a aquellos que usted menciona en una de sus obras donde expone si necesitamos más voces proféticas. ¿Necesitamos más personas como Ignacio Ellacuría o como monseñor Óscar Romero? ¿Necesitamos dar voz a los Sin Voz —pensando en que se tiene que escuchar la voz de las víctimas, las voces quebradas según la tesis de Teresa Godwin Phelps en Voces desquebrajadas— a través de ciertos líderes?
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