DERECHOS HUMANOS ANUARIO 2018 173 En ese sentido, en la administración de Peña Nieto, las víctimas eran descartadas, sus voces silenciadas, sus búsquedas aplastadas con mentiras históricas y figuraban como parte de las políticas de Estado, en la medida en que el Estado hacía todo para ignorarnos; sin embargo, lo que está proponiendo López Obrador, que de nuevo lo dice en el momento en el que habla en el zócalo ese primero de julio, fue hablar de este plan de reconciliación y de paz, en donde las voces de las víctimas y sus experiencias se desplazan de estar al margen, silenciadas, a estar en el centro, como política rectora de una nueva administración. Puede ser que estemos o no estemos de acuerdo, convencidos o no con las propuestas y las expectativas que genera la nueva administración, pero creo que sí hay preguntas críticas que nos tenemos que hacer justo para evitar prácticas y políticas, en este nuevo escenario, que pueden convertir las voces y las experiencias de las víctimas en capital político, en mercancía, en un botín o en monedas de cambio, y esa es la pregunta. En cualquier proceso de justicia transicional —y uno puede revisar trabajos que se han escrito sobre Colombia, sobre Perú, sobre Guatemala, sobre Sudáfrica, en muchos casos— en el momento en el que se inicia un proceso de justicia transicional genera una producción de cierto tipo de víctimas, se empieza a separar y clasificar a las víctimas. Hay ciertas víctimas que se vuelven la voz legítima y hay ciertas víctimas que se vuelven la voz que estorba. Entonces, para empezar a reflexionar a qué me refiero por eso, en el caso concreto que estamos viviendo, nomás en estas primeras semanas después de las elecciones en México, en el foro de Ciudad Juárez se vislumbró, como ya dije, esta tensión, muy importante, entre la administración futura, que dijo “estoy aquí para el perdón” y enfatizaron la necesidad del perdón, y las víctimas que dijeron “ni perdón ni olvido” y empezaron a cuestionar y a decir “cómo puedo pedir perdón a una persona que disolvió en ácido a mi hijo, qué perdón, de qué puedo hablar de perdón cuando no hay justicia”. Ese tipo de señalamientos se fueron contraponiendo con la insistencia de los futuros funcionarios públicos de la necesidad de que la reconciliación y la pacificación requiere el perdón. Ahí hay un texto que salió ayer de Marcela Turati sobre el foro de Ciudad Juárez que está en Proceso, recomiendo que lo lean un poco para ir viendo cómo se dieron este tipo de tensiones, y ella no solamente habla de la fricción y los pleitos que empezó a generar este foro entre las víctimas, sino también cómo se fueron interiorizando. Algunas víctimas con las que ella estuvo hablando, y que está ahí en su crónica de ayer, dicen “qué me pasa, será que soy una persona tan rencorosa que no quiero pedir perdón, que no pienso que el perdón es correcto”. Es decir, que este énfasis muy incipiente del perdón genera tanto una polémica entre víctimas y también al interior de la propia experiencia de la víctima. Ahí, lo que se está vislumbrando, y lo pongo tan solo como un ejemplo, como el tipo de pregunta que creo que nos tenemos que estar haciendo para entender este terreno que se está convirtiendo en un terreno de disputa, es que, por lo menos, en los foros de Morelia, Michoacán y Juárez empezó a haber esta tensión del tipo de víctima legítima; el tipo de víctima que puede ser parte de un proceso de justicia transicional son las víctimas que están dispuestas a entrarle a la reconciliación y al perdón, y las que pueden ser un estorbo, son las que se aferran a ni perdón ni olvido. Si uno ve algunos textos, por ejemplo, estoy pensando en un antropólogo colombiano que se llama Alejandro Castillejo Cuéllar, cuando al analizar los contextos de justicia transicional en Colombia y procesos de justicia en Canadá, él se refiere a la víctima dócil versus la víctima emputada. Es decir, la víctima emputada es la que no tiene espacios para la que dice “hasta que haya justicia no hay olvido, nunca va a haber olvido; la justicia va primero, la verdad va primero”; la víctima que es incómoda, que no está dispuesta a jugar con las reglas del juego. Hay otras víctimas que, por diferentes razones, y no es un juicio, más bien lo que estoy tratando de hacernos entender es que la lógica de Estado en un contexto de justicia transicional sí separa, clasifica, administra el dolor en el sentido de que crea ciertas víctimas que son legítimas y otras víctimas que no lo son. Nuevamente, no tiene nada que ver con la decisión personal que toma un familiar, es más bien la lógica del Estado y los efectos que tiene esa lógica del Estado al impulsar ciertos discursos dominantes, en este caso, por ejemplo, el del perdón.
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