DERECHOS HUMANOS ANUARIO 2018 159 En ello reside su factor de éxito para lograrlo y sentar las bases del alcance y continuidad en el tiempo de esa “Cuarta Transformación”. De lo contrario, solo será más de lo mismo, con muchos cambios de forma, pero no de fondo. Es urgente, para todos y todas, una educación liberadora y crítica que nos permita repensar nuestros orígenes, nuestras historias e identidades, reflexionando críticamente sus por qué, para quiénes y para qué, desde esos sistemas de creencias y comportamientos para, desde ahí, construir nuestros renovados presentes y poder forjar los futuros deseados. Solo desde esta perspectiva crítica de la educación es como se podrá alcanzar la tan anhelada “calidad”, siempre y cuando el concepto implique el respeto de los derechos humanos en la educación; derecho a la identidad, a la integridad, a la participación, a la promoción y acción de una disciplina positiva con base en la dignidad e integridad de todos y todas. Tendrá que ser una educación que promueva el involucramiento activo de todos sus actores y fortalezca sus capacidades para conocer, ejercer y exigir sus derechos humanos, así como reducir las creencias, costumbres y conductas que contribuyen a su negación, a la perpetuación de la pobreza y marginación, y a la violencia de cualquier tipo dentro y fuera del aula. Será una educación que respete la agencia del educando, su ser, su poder hacer y ser contribuyente activo de su aprendizaje desde sus circunstancias y realidades. Será incluyente, amigable, segura, saludable y protectora de cualquier forma de violencia y abusos, no discriminatoria; que respete las libertades, ritmos y estilos de aprendizaje, las diferencias y privacidades; que promueva la paz, tolerancia, amistad y resolución de conflictos sin violencia. Es un hecho que todo lo anterior, lamentablemente, no se da hoy en nuestras escuelas, pese a las múltiples iniciativas por mejorar nuestra educación escolar, centradas principalmente en lo instrumental y no en lo formativo, en lo material y medible y no en las subjetividades, ideologías y prácticas que le dan origen; han sido solo formas, aparentemente nuevas, que no atienden el origen de la problemática como son las condiciones estructurales y subjetivas que hacen que la pobreza y marginación prevalezca y se perpetúe con esa educación, caracterizada por su sinsentido, donde la injusticia social se reproduce por no considerar los múltiples contextos y sus circunstancias materiales y no materiales que la reproducen consciente o inconscientemente. Los efectos de esa anti–educación, como diría Paulo Freire, son observables en todo lo que acontece en nuestro alrededor, en la calle, en las escuelas, comunidades, en los centros laborales, en nuestras formas de relación con el otro y el medio ambiente. Por eso, podemos afirmar que el sistema educativo mexicano, hasta ahora, no ha sido capaz de generar los ambientes, actitudes, creencias y comportamientos, dentro y fuera de la escuela, que nos permitan vivir, día a día, el respeto a los derechos humanos de todos, todas y todo, ni de construir un país más justo, equitativo, igualitario, incluyente, pacífico, justo y digno para todos.
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