158 DERECHOS HUMANOS ANUARIO 2018 Igualmente puede afirmarse, bajo estas tristes circunstancias y realidades, que el sistema educativo mexicano, al no atender directa y efectivamente los problemas tanto estructurales como pedagógicos e ideológicos que originan y perpetúan la pobreza e injusticia social, se constituye en factor y medio contrario a lo que pretende lograr como se establece en el artículo 3° constitucional, generando mayores desigualdades y reproduciendo las injusticias, legitimando al status quo y los intereses de los grupos en el poder político y económico. Una educación que no sirva para una mayor justicia social, solo servirá para fortalecer las opresiones y para generar anti–educación (Paulo Freire, 1971). Hace falta mucha voluntad política y capacidad para poder sobrepasar los intereses inmediatos, poder alcanzar la transparencia y rendición de cuentas. Es necesario, también, revalorar y resignificar el papel del educador y formarlo, desde y con una corriente pedagógica crítica, para que puedan ser origen o causa del cambio y no solo obreros o peones del sistema. Requerimos con urgencia, como afirma Giroux (1990), de maestros y maestras intelectuales, formados y comprometidos para contrarrestar la ideología y/o pedagogía instrumental y administrativa que separa el pensar del hacer, que ignora la especificidad de experiencias y formas subjetivas que dan forma al comportamiento del alumno y del maestro; de docentes que puedan llevar a la acción en el aula y comunidades educativas; una pedagogía que problematice cómo sostienen, resisten y se acomodan los alumnos y maestros a las subjetividades producidas en las formas culturales y sociales impuestas y que, de alguna manera, los posiciona dentro de las relaciones de poder y dependencia; una donde la escuela sea vista como una experiencia de producción, transformación y lucha. Todo lo anterior implica mucho trabajo auténtico de sensibilización, concientización social, formación y de construcción de capacidades de todos y todas los actores implicados en el quehacer educativo de México, para que este tipo de estructura educativa pueda transformarse a sí misma, tanto en sus componentes de forma como de fondo, de carácter estructural, ideológico, cultural, incluyendo los sistemas de creencias de sus actores, donde la temática de la pobreza, discriminación, exclusión y la justicia social sea central y detonadora de los procesos de cambio tanto a nivel macrosistema como micro, al interior de la escuela y el aula, para poder, así, desde dentro, sentar las bases que permitan a todos ser co–constructores de las transformaciones que requerimos para poder alcanzar la justicia social y el pleno ejercicio de los derechos humanos de todos y todas. Sin lugar a dudas lo anterior representa un gran desafío para el Estado, el nuevo gobierno y sociedad en general, quienes han apostado por una “Cuarta Transformación de México”, donde el papel de la educación ha de recuperar su sentido y fin, el de ser agente de transformación de las creencias de todos, con una perspectiva crítica del origen y razones estructurales e ideológicas respecto a la prevalencia de la pobreza, para poder incidir, de verdad, en los cambios deseados y alcanzar, así, la justicia social.
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