Derechos Humanos / Anuario 2017

172 DERECHOS HUMANOS ANUARIO 2017 La provocación El libro es, ante todo, exitosamente provocador como se lo propone. Es provocador en muchos sentidos y en muchos niveles. Es provocador, porque plantea sin ambages que, a la base de toda forma de dominación sexual, económica, política, cultural (in- cluyendo el racismo), está el patriarcado como un andamiaje que abarca todo el espectro de la opresión y que penetra todos los rinco- nes de la vida. Ese Patriarcado que está conformado de instituciones que tienen como objeto fundamental reglamentar el contrato sexual y la reproducción, y que concentran su control sobre el cuerpo de las mujeres. Es provocador, porque vincula directamente colonización y pa- triarcado, pero no solamente como una imposición del hombre blan- co, sino como un pacto entre el patriarcado occidental y el patriar- cado pre-colonial andino. La autora considera que la colonización significó un pacto patriarcal entre colonizadores y colonizados, por- que el colonialismo le otorgó ventajas al hombre indígena sobre la mujer y porque se dio una complicidad machista de larga duración. Es provocador, porque ningún Estado se salva, no sólo de ser un aparato de mediación del capitalismo, sino de ser un Estado proxe- neta, incluyendo al cubano. El Estado es proxeneta, porque crimi- naliza y hostiga a la puta (sic), pero protege al prostituyente. Y eso es lo que hace con todas las mujeres en todas las circunstancias. El Estado lo devora todo para que nada tenga sentido fuera del sen- tido que el poder le otorga, devora toda lucha para despojarla de su carácter subversivo a través de categorías domesticadas como equidad, inclusión o perspectiva de género, en suma, a través de una tecnocracia del género. El Estado ha creado guiones oficiales para cada oprimido, vaciándolos así de su contenido subversivo. Ha creado políticas de equidad de género, de inclusión, de indígenas, de LGTTI, esta última, “como quien mete en una bolsa, en un enlata- do, todo lo ‘otro’ de la heterosexualidad”. La fragmentación de las identidades en compartimentos, estan- cos, ha facilitado la simplificación del análisis de las opresiones y ha convertido a los sujetos políticos en sectores. Es provocador, porque problematiza de manera contundente a las oenegés feministas a las que considera mediadoras de sostén del pa- triarcado con un discurso feminista. Las oenegés, dice María Galindo, jugaron el papel de idiotizador, porque funcionaron como traductoras de los movimientos y desmontaron los horizontes de lucha. Que que- de claro: una cosa es impugnar, subvertir y cuestionar el sistema y otra muy distinta demandar la inclusión. Eso es la domesticación del feminismo, “es” ponerle faldas al “patriarcado”. Y se trata no sólo de denunciar al varón, blanco, heterosexual, sino a esa pretendida “mu- jer” universal que no es otra que la blanca, burguesa, heterosexual, casada. Hay que romper la muñeca de porcelana, interpela la autora. Las oenegés han sido útiles para el desmantelamiento del movimien- to feminista latinoamericano al vincular género y “desarrollo”. Forman parte de la fallida revolución feminista vinculada al Estado.

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