Derechos Humanos / Anuario 2016

120 DERECHOS HUMANOS ANUARIO 2016 Así, la descolonización en tanto proceso inacabado es un trabajo del día a día. “En nuestro actual contexto, en el que los discursos globalizadores del poder su- man sus esfuerzos para colonizar nuestros cuerpos y nuestras mentes, el lenguaje y la deconstrucción se convierten en armas políticamente fundamentales” (Hernández, 2008:97) . No se niega ni sataniza todo lo que los coloniza- dores trajeron y enseñaron; de esta herencia nacen organizaciones defensoras de nuestros derechos, que contribuyeron a crear accesos donde las mujeres no llegaban. Lo cierto es que la defensa de los derechos universales tampoco invisibiliza las desigualdades de los cuerpos, las cuales se han generado históricamente sobre las diferencias. Es necesario defender los derechos de las mujeres pensando en las particularidades de sus cuerpos, de sus territorios-tierra, de buscar la defensa desde nuestro actuar y pensar y conservar lo que nos es útil, descolonizar cualquier demanda que emerja desde los centros de poder y diferenciar aquello que nos hermana y acerca más como mujeres, y usar las plataformas y luchas parar ir más allá de ellas. Mi cuerpo. ¿De dónde vengo? Situar nuestros cuerpos es reconocer nuestros privilegios y derechos negados. “Ahí donde existe un privilegio, un derecho es negado, precisamente porque los privilegios no son universales, como son pensados los derechos (igualmente, ahí donde un derecho es negado, se construye un privilegio)” (Gargallo, 2012:15). Se trata de un lugar condicio- nado por el origen étnico/racial, 6 de clase, patriarcal y heteronormativo; una condición normalizada y naturalizada con la que nacemos y aprendemos a vivir y desarrollar nuestras vidas en las urbes de este país. Sobre el binomio universal/ particular y la hete- ronormatividad, Raquel Gutiérrez en Políticas en femenino (2011) señala que “el hombre es hetero- sexual, no colonizado y propietario” y todos los que 6 Aun cuando científica y políticamente sea incorrecto hablar de “razas”, la categoría como sistema de opresión y clasifica- ción surge en la invasión de América en 1492 y hasta el siglo XXI sigue siendo una forma de clasificación: “la clasificación social y universal de la población a través de la idea de raza, constituye la expresión más profunda, eficaz y perdurable de la dominación colonial, pues se trata de una dominación, social, material e intersubjetiva” (Quijano, 2002). no tengan por antonomasia estas particularidades son particularizados, y son sujetos y sujetas relati- vizados/as en función del “hombre”: Considero urgente desplazar el orden general del pensamiento al par universal/particular. Este afán si- gue dos trayectorias: por un lado, mantener el énfa- sis en mostrar la vacuidad del universal “humanidad” que no es sino la máscara de lo masculino dominante y capitalista o de los rasgos masculino-dominantes del capital. Por otra, abandonar el uso mismo del par universal/particular: nosotras, cada una, cada una como parte de lo que la constituye –una familia, un pueblo indígena, una articulación especifica– es una unidad y es, a la vez, una parte en tanto que confor- ma algún tipo de cuerpo mayor. Somos unidades y buscamos una medida para nosotras mismas, pero no la encontramos únicamente en nosotras mismas. Necesitamos lo común y no lo universal (Gutiérrez, 2011: 91). De esta forma, mirar el mestizaje urbano es poco visible en nuestros análisis y resulta urgente hacerlo para reconocer el origen de nuestros cuerpos. Una posibilidad es mirarlo con identidades de frontera, al límite, en-como “frontera como un espacio iden- titario, en una manera de ser, permanecer y cambiar” (Hernández, 2008: 74-78). Para Aída Hernández, estas reflexiones nacen de una experiencia de vida, donde el lugar de origen se llena de diferentes significados, según se posicione y los caminos que toma, teniendo la posibilidad de resignificar su identidad y, por lo tanto, su actuar. Aquello que, para nosotras, en el Seminario, fue enunciar un lugar de origen, en dónde estamos dentro de la escala de derechos, privilegios y desigualdades; quiénes somos en una realidad estratificada y jerarquizada por el género, la clase, la raza o etnia y, en algunos casos, hasta por la identidad nacional. Nuestra identidad es asumida desde el lugar donde se reproducen los conocimientos: las uni- versidades; geografías donde se “camina hacia el ansiado desarrollo y progreso”: las ciudades y sujetos y sujetas que construyeron la identidad nacional: mestizas y mestizos. Sustituir, situarse en correlación con la identificación de otros centros de conocimientos y epistemologías es “sustituir el objetivismo patriarcal con conocimientos situados ( situated knowledge ) que reconozcan desde dónde

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