Derechos Humanos / Anuario 2016

DERECHOS HUMANOS ANUARIO 2016 109 otros” (Butler, 2010: 15). Así, el cuerpo es modelado socialmente y, precisamente por eso produce signi- ficados sociales y su ontología es social. En México y Colombia, las mujeres constituyen uno de los grupos más vulnerables y precarizados. En el caso colombiano, ellas se han organizado y movilizado para exigir entrar en las negociaciones del proceso de paz y han logrado que el Estado implemente el Plan Nacional de Acción para aplicar la Resolución 1325 (2000) de las Naciones Unidas sobre Mujeres, paz y seguridad , con la cual se busca protegerlas en aquellos países que sufren un conflicto armado interno; pero también puede ser implementada en naciones que quieren mantener la paz. En Colombia, las mujeres sostienen que dan la vida y los hombres la quitan en la guerra; por lo tanto, ellas tienen la autoridad moral para negociar la paz, 5 pues, ¿cómo promueven la paz quienes hacen la guerra? Así, la interpretación simbólica de los cuerpos de las mujeres en actitud de resistencia ante la guerra, es que: […] el cuerpo es un modelo que puede servir para representar cualquier frontera precaria o amenazada. El cuerpo es una estructura compleja […]. El cuerpo un símbolo de la sociedad, y a considerar los po- deres y peligros que se le atribuyen a la estructura social como si estuvieran reproducidos en pequeña escala en el cuerpo humano (Douglas, 1991, citado por Segovia, 2011: 56-57). En el caso mexicano, una investigación del antro- pólogo Juan Antonio Flores Martos (2011), en el estado de Veracruz, sobre violencia hacia las mujeres, da cuenta del cuerpo femenino como un territorio sensible, una “ carne en la que el varón puede dejar diferentes clases de marcas , más o menos indele- bles, por motivos espurios o el mero deseo, placer o azar” (30). Un testimonio de una de las informantes de Flores es el siguiente: Estando allí en el Bulevar, con la bebida y tomando, a mi amiga “se le subió el mar”, y empezó a sentirse muy mareada, y él también estaba un poco mareado, y que mi amiga le besa y él se dejó no, y que se abrazan, y él que empieza ya con las manos y ella 5 Esta afirmación de las mujeres de base, es decir, de activismo desde las comunidades y de las ONG en Colombia, es debati- da por las académicas y feministas por considerar que corre el riesgo de caer en el esencialismo. que no, parándoselas, y él que ya quería que se fueran al coche, entrarla en el coche, y ella que le dice que no, porque le daba mucha pena, porque su marido la había dejado marcada, tenía una marca. Su marido la trató como una prostituta, lo que hizo fue rasurarle ahí abajo, la mitad del mismo, y eso a ella la traumó, y tiene desde entonces mucho trauma, le da mucha vergüenza estar con un hombre. La pobre es una mujer marcada (doña Mari). (Flores, 2011: 30). Al igual que Segovia cuando investiga la cultura Wuayuu, Flores (2011) estudia la posesión de los cuerpos femeninos por parte de los demonios. Son ellas las que se retuercen, emiten sonidos de ul- tratumba, vomitan y expulsan flujos debido a su “posesión” y su liberación espiritual. La sujeción física que revelan las vendas con que son atadas a las bancas de la iglesia en Puentejula, remiten a otra clase de sujeción: la social, con reglas y fórmulas tan rígidas como esas ataduras, a las que de modo implícito y plástico se somete ante los ojos de Dios y de la comunidad (familiares y rezadores del rosario) a las “endemoniadas”, personas con desór- denes que provienen de la ruptura o el alejamiento de alguna de esas normas, y que tras ese exorcismo colectivo vuelven a sentir recompuesto el contrato social previo (29). El cuerpo vivido de mujeres veracruzanas revela la violencia presente en el espacio doméstico, en las relaciones de pareja, atravesadas por la violencia y la dominación del hombre sobre la mujer, en el micro contexto de la familia y del hogar convertido en su lugar de sufrimiento y sometimiento. Flores (2011) comenta las emociones implícitas en su papel de investigador en un estudio etnográfico: Más complicado me resultó acceder a otro tipo de con- versaciones y discursos que consideraban la violación como una presencia urbana –aunque las páginas de la prensa local y los semanarios sensacionalistas ofrecen por sí solos un panorama detallado de la alta frecuencia de este delito en Veracruz–, así como una práctica existente entre ciertos segmentos de varones jóvenes, algunos de los juniors , de las personas conocidas de la ciudad, y en concreto de la colonia española en el Puerto [35]. Dos de mis informantes, A. J. (26 años), y B. M. (30 años) me contaron cómo fueron objeto de una violación por juniors de familias españolas de estrato

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