Derechos Humanos / Anuario 2016

106 DERECHOS HUMANOS ANUARIO 2016 la mismidad y la alteridad. Cuando un país se torna violento es porque hay una crisis multifactorial refle- jada en desarmonía, aflicción y descomposición. En Colombia, por ejemplo, hubo una primera etapa histórica de violencia política por la confrontación entre los dos partidos políticos tradicionales: liberales y conservadores. Esto dio origen a la guerrilla, al finalizar la primera mitad del siglo XX, como una alternativa a la desigualdad y la pobreza; de ahí que los guerrilleros, en un comienzo, fueran campesinos. Monseñor Guzmán nos muestra que el campesino colombiano no es meramente una víctima. […], el campesino es víctima y victimario. No es un mero agente pasivo, engañado por las oligarquías, utiliza- do y manipulado, sino un actor social que asume la violencia como un proyecto propio, como algo que tiene origen en sí mismo, en sus propias condicio- nes de vida. Es cierto que las élites empujaron a los campesinos a la violencia, pero el asunto va más allá. Recordemos una vez más que la barbarie es de lado y lado. Los liberales, por ejemplo, se defendieron de la agresión conservadora, pero la ferocidad con que hicieron la defensa supera rápidamente con creces la ferocidad de los atropellos recibidos. La violencia es una afirmación autónoma de un pueblo que por razones que no conocemos es capaz de masacrarse entre sí, sin que sus amos tradicionales tengan que estar presentes en cada momento manipulándolos o utilizándolos (Valencia Gutiérrez, 2012: 79). Monseñor Guzmán aporta una visión que decons- truye la representación social que la conciencia colectiva tiene de los campesinos como víctimas, con derecho a rebelarse ante la opresión y exclusión, a luchar por sus tierras y por una mejor calidad de vida. Efectivamente se trata de un conflicto produci- do por la polarización entre quienes concentran la riqueza y quienes se hunden en la miseria. Al tras- ladar este análisis de la desigualdad social (por el acceso a la riqueza y los recursos) a las relaciones de género, para comprender la condición de exclu- sión, dependencia y dominación de las mujeres, es necesario equipararlas a la clase campesina pues su vulnerabilidad a la violencia se debe a la posición que ocupan en el modo y las relaciones de producción. Ellas desempeñan labores poco o nada valoradas desde los aspectos económico y social, pues históricamente han estado dedicadas a las labores domésticas. Simbólicamente, mientras en el imaginario colectivo los cuerpos de los hom- bres son fuertes y aptos para el trabajo y la guerra, el cuerpo de las mujeres ha sido cosificado y apto para satisfacer los deseos sexuales de los señores de la guerra; pero también para producir fuerza de trabajo, cuidarla y nutrirla con el fin de que sea pro- ductiva y contribuya a reproducir los privilegios de las clases dominantes. Así, el conflicto armado responde a la organización identitaria de grupos beligerantes con una ideología de izquierda antagónica al gobierno legítimo, que busca un país más justo y equitativo. Según Segovia y Nates (2011), “la rebelión se considera a sí misma como una guerra justa. El problema reside en saber cuál es la causa justa de la guerra y lo justo mismo” (14). Aquí se observa el ejercicio arbitrario de un poder confrontativo ante la desigualdad y la pobreza. Al formarse varios grupos guerrilleros (con una ideología heredada de líderes intelectuales como Marx, Lenin, Mao, etc.) se busca construir, ideológicamente, una nación incluyente para los ciudadanos nativos de ese territorio. La guerrilla en Colombia, al ser inmolados los grandes ideólogos de movimientos de izquierda como el M-19, se va convirtiendo en delincuencia organizada porque se alía con el narcotráfico para financiarse y comprar armas; a la vez, se nutre del secuestro de grandes terratenientes y ciudadanos, al transitar por tierra o por aire, dentro del territorio nacional, privados de su libertad para negociar con el gobierno su entrega a cambio de la liberación de guerrilleros presos políticos; lo cual resulta imposible ante los ojos de la comunidad internacional. En el otro extremo están los grupos paramilitares (ultra derecha), entrenados y armados por el ejército y las fuerzas militares del Estado, para combatir a la guerrilla y proteger la propiedad privada de una clase con poder político y económico. Obviamente, esto se hace de manera oculta. También se crean las autodefensas, pues las comunidades se orga- nizan y se arman para hacer justicia por su propia mano, ante la situación de ciudadanos indemnes, pues el Estado no los protege ni ejerce justicia. Están los cárteles del narcotráfico que se unen con la guerrilla para desestabilizar aún más al Gobierno y a la élite política. Hay demasiado dinero para comprar y corromper funcionarios e instituciones. En este panorama, las mujeres circulan como territorios apropiados, invadidos o conquistados por alguno de estos grupos: guerrilla, paramilitares,

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