Derechos Humanos / Anuario 2016

DERECHOS HUMANOS ANUARIO 2016 105 sujeto a quien ha sido develado que todos sus objetos sólo se basan sobre la pérdida inaugural fundante de su propio ser, la separación de un comienzo aparentemente blanco para tomar forma en el juego simbólico al que llega" (12). Se trata de reducir ese cuerpo de mujer a nada, a un objeto sin valor, despojarlo de lo humano para abyectarlo, desecharlo, botarlo a la basura, desaparecerlo, destruirlo. Al observar las imágenes foto- gráficas de las notas de prensa sobre feminicidio, los cuerpos de las mujeres están desnudos o semidesnudos, aventados, abandonados en terrenos baldíos o sobre la orilla de una carretera, o en la ribera del río, muchas veces en bolsas de basura o costales, envueltos en cobijas, en cajas o maletas, enlodados, desarmados como una muñeca vieja, circundados y lamidos por los perros de la calle, los buitres y las moscas. La asimetría social y cultural de los cuerpos (masculinos y femeninos) convierte el cuerpo de las mujeres en objeto utilizable, desechable, que se maltrata, se denigra o se desecha porque es remplazable por otro (Pérez y Larrondo, 2016). Finalmente, estas formas tan crueles de acabar con la vida de una mujer, van más allá de privar de la vida, son formas que el sistema capitalista patriarcal utiliza para el control y domesticación de las mujeres. Como dice Rita Segato (2013), el feminicidio está inscrito en la pedagogía de la crueldad, en torno al cual gravita todo el edificio de poder (56) pues el asesinato violento contra una mujer es el mensaje que envía el varón y todo el sistema en el que se sostiene esta ideología, al resto de las mujeres, para afirmar a quién pertenece el mundo. El cuerpo de las mujeres como territorio a ser conquistado La analogía que relaciona el cuerpo de las mujeres con un territorio a ser invadido o conquistado ha sido empleada, a manera de reflexión, por las feministas colombianas cuando analizan la situación de las mujeres en el conflicto armado. Así, Segovia y Nates (2011) sostienen que la violencia no es un estado sino un lugar. El estado de violencia presupone que hay naciones condenadas a vivir y hundirse en ella, lo cual conduce a estereotipos que, a su vez, generan más conflicto, pues son estigmatizadas como violentas. Para hablar del cuerpo de las mujeres como territorio cartográfico de la violencia es necesario diferenciar entre varias clases de la misma, de acuerdo con criterios como la “configuración y sentido desde dónde se producen, cómo se producen, qué implican y qué buscan…” (Segovia y Nates, 2011:13). Responder a estas preguntas implica partir del concepto de identidad, el cual se construye sobre tres principios: solidaridad, reciprocidad y cohesión. La identidad, parafraseando a las autoras, se configura a partir del lenguaje verbal, la forma de interacción, el lenguaje corporal, la existencia o ausencia, las prácticas sociales cotidianas, la trayectoria histórica, el lugar que hombres y mujeres ocupan en el espacio físico y social. Todo esto define la otredad, Cuando un país se torna violento es porque hay una crisis multifactorial reflejada en desarmonía, aflicción y descomposición.

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