Derechos Humanos / Anuario 2016

102 DERECHOS HUMANOS ANUARIO 2016 En Colombia, la violencia se recrudece hacia los comienzos de la segunda mitad del siglo XX, por la confrontación de los dos partidos tradicionales (liberales y conservadores) y la consecuente apa- rición de grupos de extrema izquierda, armados al margen de la ley, llamados también grupos be- ligerantes y guerrillas. Los 52 años de conflicto ar- mado han dejado centenares de muertos, viudas, huérfanos y desplazados que llegan a las grandes ciudades en busca de trabajo y una vida digna. En la década de los ochenta, la violencia se multipli- có con la aparición de los carteles de la droga, los cuales se unieron a la guerrilla y a los paramilitares para cultivar y procesar cocaína, generando muchí- simo dinero para comprar armamento sofisticado y dar la guerra al gobierno colombiano. En México, en el año 2007, la violencia creció exponencialmente a partir de la declaración de guerra del presidente Fe- lipe Calderón Hinojosa, al crimen organizado. Esto constituyó una estrategia para validarse ante la so- ciedad pues, buena parte de ésta no admitía su vic- toria en las elecciones de 2006; es decir, se atribuía su triunfo a un fraude electoral. De manera que la violencia creció y tuvo especial repercusión en las mujeres. Distintos informes así lo confirman: Aso- ciadas por lo justo y la Iniciativa de Mujeres Premio Nobel (2012); Católicas por el Derecho a Decidir; Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos y Observatorio Ciudadano Na- cional de Feminicidio (2014); Amnistía Internacional 2015/2016 y otros organismos ciudadanos. Esta crisis se ha visto reflejada en el reclutamiento de más miembros para el ejército y la marina y ma- yor presencia de éstos en las calles; fortalecimiento de los grupos delincuenciales, mayor número de armas en circulación y población armada. Sin embargo, en México el feminicidio íntimo 3 es el más representativo (OCNF, 2014). Pero sea el íntimo, sea por el ambiente de violencia, de conflicto y de guerra, desafortunada- mente el feminicidio en este país, en Colombia y en otros lugares de América Latina, es una realidad lace- rante, producto de una cultura patriarcal jerarquizante, en donde las mujeres son propiedad privada de los se- ñores de la guerra, cuyos cuerpos son territorios con- quistados violentamente; en ellos se venga el honor y son marcados por sus dueños. 3 Entendiéndose que el feminicidio íntimo es el asesinato que se comete por parte de la pareja íntima masculina: esposo, concubino, amante, novio o ex pareja. Sin embargo, en el presente trabajo presenta- mos un análisis y reflexión sociológica sobre la cor- poreidad femenina y el feminicidio, sus símbolos y significantes, para lo cual partimos del concepto del cuerpo como objeto material cuya función es servir de medio para que el yo (femenino o masculino) en- tre en interacción con la ecología cultural. De este modo, a la sociología corresponde explicar la terri- torialización de esos significantes de la corporeidad femenina a partir de un conjunto de sistemas sim- bólicos, representativos de un orden social llamado sistema patr. También, el análisis sociológico se enfoca a comprender las acciones discriminatorias de odio y desprecio como consecuencia de la cosificación del cuerpo femenino, cuyo origen está en el micro espacio cotidiano de la familia donde se forma y socializa en el antagonismo entre masculinidades y feminidades; es decir, en prácticas, normas y va- lores culturales atravesados por el honor, el poder y el control de orden heteropatriarcal. Los hombres hacen un contrato social para acordar cómo circular las mujeres entre ellos, sin contar con ellas como sujetos sociales con voluntad y autonomía. Esto tiene su fundamento en la obra Las estructuras ele- mentales del parentesco, del antropólogo francés Claude Lévy-Strauss (1981), en la cual el argumento central lo constituye la prohibición del incesto. Al trasladar este argumento antropológico/estructural al análisis feminista de Carol Pateman y Luce Irigaray, con respecto al origen de la cultura patriarcal en las organizaciones sociales primitivas, se puede advertir el intercambio de mujeres como mercancías con valor de uso y valor de cambio. Pateman, en su obra El contrato sexual (1995), habla de un contrato originario, como pacto sexual/social, en el cual el derecho político es patriarcal o sexual; es decir, el poder que los varones ejercen sobre las mujeres. Luce Irigaray, en su obra Ese sexo que no es uno (2009), conduce a un plano mucho más prag- mático y circunscrito a la realidad de violencia imperante en sociedades como la mexicana y la colombiana: “la mujer no es, en este imaginario sexual, más que soporte, más o menos compla- ciente, para la actuación de los fantasmas del hombre” (18). Bernal (2013) hace un análisis de la mujer-objeto de intercambios en las sociedades primitivas, a partir del análisis feminista de Pateman e Irigaray:

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